domingo, 17 de mayo de 2009

EL LEGADO DE NASSER


Gamal Abdel Nasser (en árabe, جمال عبد الناصر Ŷamāl ʿAbd an-Nāṣir) (*Alejandría, 15 de enero de 1918 - El Cairo, 28 de septiembre de 1970), fue un militar, estadista egipcio y principal líder político árabe de su época. Presidente de Egipto de 1956 a 1970. Nació en un pueblo de la provincia de Asiut (Alto Egipto) y según otras en la ciudad norteña de Alejandría. Hijo primogénito de un funcionario de correos, él sí oriundo de una aldea de la región de Asiut, estudió en la Academia Militar entre 1938 y 1939. En 1948 participó en la guerra contra Israel con el grado de comandante. El año siguiente, en 1949, fundó junto a otros militares la organización de los Oficiales Libres, que en 1952 daría el golpe de Estado que destronó al rey Faruq I y proclamó la república dirigida por el Consejo de la Revolución.

En el año 52, Egipto estaba afectado por una aguda crisis a todos los niveles: corrupción, inoperancia de la Constitución, control absoluto de los británicos, miseria de la población, desprestigio de la figura del Rey Faruk. El ejército también se encontraba convulso por la derrota contra Israel, y en su seno se había formado una sociedad secreta (creada en el año 1949) llamada Movimiento de Oficiales Libres. Toda la crisis desembocó en el levantamiento del año 52. La dirección del movimiento corrió a cargo del ejército, liderados por el Comité de Oficiales Libres (donde pronto destacaría la figura de Nasser). Estos militares, pronto entraron en contacto con partidos de izquierda y con otros grupos contrarios al régimen. El movimiento revolucionario se desencadenó con el golpe militar del 22 de Julio del 52, que se impuso sin demasiada oposición. Con la llegada al poder, el grupo de los Oficiales Libres, hegemónico en el gobierno, comenzó a aplicar su programa, cada vez más vinculado a las ideas personales de Nasser. El nuevo régimen se debatió entonces entre dos proyectos contradictorios representados por las dos figuras centrales de la revolución. El general Muhammad Naguib, presidente de la República, que abogaba por la convocatoria de una asamblea constituyente y el restablecimiento de las libertades políticas y Nasser, vicepresidente, que defendía en cambio un régimen de unidad, y dignificación a través del socialismo. En noviembre de 1953 Naguib fue cesado en todos sus cargos y sometido a arresto domiciliario. Nasser se convertía en cabeza de la revolución. Los años 1955 y 56 fueron de consolidación del liderazgo de Nasser, que se convirtió en una prestigiosa figura a escala internacional. En este contexto se llegaba a la crisis internacional del Canal de Suez.
La Conferencia de Bandung, en abril de 1955, convirtió a Nasser en uno de los líderes (junto a Tito y Nehru) de la filosofía del neutralismo positivo o movimiento de los no alineados. A partir de la nacionalización del Canal, Nasser se convierte en referente principal del nacionalismo árabe o panarabismo, de orientación socialista y populista. Con fundamentos panarabistas, Nasser intentó sin éxito ganarse un lugar en el comercio de petróleo con las grandes potencias, del que Egipto no participaba. En febrero de 1958, a iniciativa del partido Baath de Siria, se unificaron los dos Estados en la República Árabe Unida, bajo la presidencia de Nasser, que se disolvió en septiembre de 1961. La Guerra de los Seis Días, en junio de 1967, en la que el ejército egipcio, coordinado con el sirio y el jordano (que conformaban la coalición arábica), sufrió una estrepitosa derrota ante Israel, supondrá el principio del declive del aura de Nasser y, en general, del nacionalismo árabe. La enorme superioridad militar de Israel había quedado demostrada en la medida de que pudo derrotar a la coalición en solamente 6 días, y la crisis palestina se profundizó de esta manera. El naserismo inspirará todavía la revolución en Libia en 1969, dirigida por Muammar al-Gaddafi, que preparó también un proyecto de unidad con Egipto y Siria que no llegó a cuajar. La gran popularidad de Nasser en su país se debe también al hecho de ser el primer egipcio que gobernaba Egipto desde los tiempos faraónicos. Nasser murió repentinamente de un ataque al corazón en septiembre de 1970. Le sucedió Anwar el-Sadat, quien encabezaría un cambio de rumbo completamente distinto en la política externa de Egipto.

Nasser. Faraón de la libertad, paladín del socialismo

De origen humilde, nacido en 1918 en la provincia de Asiut, Nasser ingresó en la Academia Militar en 1938, en plena guerra de resistencia. En 1949 funda la Organización de Militares Libres, con la cual daría el golpe de estado que derrocó al rey Faruq I, súbdito de Gran Bretaña. La organización de los Militares Libres, estaba constituida originalmente por jóvenes oficiales nacionalistas de la Academia Militar, que compartían la preocupación por el deterioro de su país y por el saqueo al cual era sometido por el imperio. Los Militares Libres pregonaban su opinión a través del periódico clandestino Voz de los Oficiales Libres. La publicación tenía como lema “Representante de la nueva ideología: nacionalismo árabe, lucha contra cualquier potencia colonial y en especial contra los británicos, instauración de una república laica y defensa de los principios del socialismo”, toda una declaración de principios e identificación del enemigo imperial.

El Egipto que encontró Nasser, dictaba mucho de la otrora cultura hídrica que alimentaba con su producción agrícola a otras naciones, al finalizar la Segunda Gran Guerra Europea, Egipto era un inmenso desierto con sólo un 5 por ciento de superficie cultivable. La mayor parte de las escasas tierras fértiles estaban en manos de unas cuantas familias enriquecidas a costa de los miserables y paupérrimos campesinos sin tierra que formaban la inmensa mayoría de la población. En la cumbre de esa pirámide social se hallaba encaramado el rey Faruk, el hombre más rico del país y el más ambicioso.

Cuando Nasser llega al poder, con apenas 34 años, proclama la República y constituye un Consejo Directivo de la Revolución. El 23 de junio de 1956, fue elegido presidente de la República. Sus acciones nacionalistas no se hicieron esperar. En un discurso en la emblemática Alejandría anunció la nacionalización del canal de Suez. Esta acción desencadenó la movilización militar de Francia, Gran Bretaña e Israel que planearon recuperar el canal, invadir El Cairo y destituir a Nasser. No obstante la opinión pública internacional y el ultimátum lanzado por a Unión Soviética abortaron la intervención. A partir de finales de 1956 aceleró el proceso de nacionalizaciones, liquidó los bienes británicos y franceses y aceptó la ayuda soviética al tiempo que impulsaba la distribución de tierras consagrada por la reforma agraria y lideraba constitución de un nuevo partido, la Unión Nacional, organización de masas que debía cimentar la nueva sociedad socialista egipcia.


Panarabismo

Nasser, comprendía también que la situación de su país, era similar al del resto de los países ocupados por las potencias europeas. Como gran visionario y estadista veía en la unidad regional el mejor camino para el desarrollo. Esta filosofía lo convirtió en un panarabista, abogaba por la unidad de los países árabes, creía necesario que fuesen una sola nación, rica y poderosa. De la misma manera, pensaba que los países del Sur debían luchar juntos por sus reivindicaciones. De allí su activa militancia en el Movimiento de los No Alineados.

Nasser, se convirtió en el gran líder árabe de la época. Su panarabismo se materializó con la creación en enero de 1958 de la República Árabe Unida (RAU), resultante de la unión de Egipto y Siria. Para Nasser estaba llamada a ser a primera piedra de una gran nación árabe que acabase con las fronteras artificiales impuestas por la descolonización. El esfuerzo se caería ante la arremetida imperial, no obstante la Liga de Estados Árabes continua como testimonio de lo que pudiera ser. “¡Podéis matar a Gamal! ¡El pueblo egipcio cuenta con cientos de Gamales que se alzarán y os mostrarán que más vale una revolución roja que una revolución muerta!” (Palabras de Nasser, tras el atentado de octubre de 1954).

Fragmento de la obra: Filosofía de la revolución, 1953, de Nasser

“(...) El destino no puede ser confundido con un juego de azar. Los acontecimientos no se producen casualmente. La existencia no procede de la nada.

No podemos, ciertamente, contemplar, de una manera estúpida, un mapa del mundo sin comprender cuál es el lugar que ocupamos en él y la misión que nos confiere la ocupación de nuestro factor lugar. ¿Es posi¬ble que podamos ignorar la existencia de un Círculo Arabe que nos rodea, y que dicho Circulo es parte de nosotros mismos, como nosotros somos parte de él? La historia nos ha incluido y fundido con él y sus intereses son nuestros intereses, lo que queda expuesto son hechos reales y no simples palabras.

¿Podemos ignorar la existencia del continente africano, donde el Des¬tino nos colocó, y que es actualmente testigo y escena de una lucha terri¬ble por su porvenir? Una lucha cuyas consecuencias nos afectarán, irre¬mediablemente, queramos o no.

¿Podemos ignorar que existe un Mundo Musulmán al que estamos uni¬dos por lazos no sólo forjados por la fe religiosa, sino también por las rea¬lidades históricas? He dicho, anteriormente, que el Destino no es un jue¬go de azar. No en vano nuestro país se halla al sudoeste de Asia, incrustado en el Mundo Arabe, cuya vida se mezcla, directamente, con nuestra vida. No en vano nuestro país se halla en el nordeste de Africa, en posición geo¬gráfica dominante sobre el continente negro, que se agita hoy en violenta lucha entre los colonizadores blancos y los nativos de color, disputándo¬se la posesión de sus riquezas inagotables. No en vano la civilización y la herencia islámica —que los mogoles arrasaron durante sus conquistas de las capitales antiguas del Islam—, vinieron a refugiarse en Egipto, donde hallaron seguridad y protección cuando el contraataque de Ain Galout, con el que Egipto rechazó la invasión de los tártaros.

Los hechos fundamentales ya manifestados tienen sus raíces, profun¬damente incrustadas, en nuestra vida. Sea lo que quiera que nosotros haga¬mos, no podemos ni olvidarlos, ni pretender desentendernos de ellos.
No sé exactamente por qué recuerdo siempre, al llegar a este punto de mis reflexiones, la obra de Pirandello, Seis personajes en busca de autor una de las comedias más conocidas del famoso escritor italiano.

La Historia está llena de las gloriosas proezas de nuestros héroes, que supieron ser protagonistas, en el escenario de la Patria, heroicamente. Pero también en la Historia hay papeles grandes y heroicos que no encontraron el autor que los captase en momentos decisivos.

No sé de manera exacta por qué causa imagino, constantemente, que, en esta parte del mundo en que vivimos, existe un papel sin autor; un papel grandioso que busca, constantemente, alguien que sepa representarlo. Y no sé por qué me imagino que este papel —esta misión, estaría mejor expre¬sado—, va errando a lo largo de la extensa zona que nos rodea en busca de quien sea capaz de desempeñarle y acaba por caer agotado junto a nues¬tras fronteras exigiendo que actuemos con el fin de encarnarlo, ya que nadie lo podrá hacer más que nosotros.

Me apresuraré a manifestar que no se trata de una misión de caudi¬llaje, sino de una misión de acción conjunta y coordinada, de experimen¬tación con todos los factores que en ella participan, de una misión enco¬mendada a nosotros para que pongamos en movimiento la poderosa energía latente en cada rincón de este vasto territorio del mundo y utilicemos esa fuerza tremenda haciéndole desempeñar un papel decisivo para mejorar el futuro de la Humanidad (...)”.

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