martes, 8 de septiembre de 2009

El camino al socialismo cuantico. En combate: un camino con corazón


Por: Temis Campos

Fuente: http://www.viejoblues.com/Bitacora/node/2215

El camino del socialismo cuántico es un buen camino, es un camino que, al recorrerlo, hace gozoso el viaje y nos hace uno con él. El camino del socialismo cuántico es, sin duda alguna, un camino que tiene corazón


¿Tienen los principios esenciales del nuevo paradigma científico, es decir, esencialmente los postulados de la teoría de la relatividad y de la mecánica cuántica, consecuencias políticas? Fritjof Capra lo trata de responder, y lo hace con toda soltura, desde luego, en El punto crucial. Y Macrometanoia, de Antonia Nemeth-Baungartner, junto con La gran bifurcación, de Ervin Laszlo, constituyen esfuerzos significativos en ese camino de análisis, así como El yo cuántico y La sociedad cuántica, dos libros ya casi clásicos de Dana Zohar.

Pero sin duda el libro de Rolando Araya, El camino del socialismo cuántico, viene a ampliar muy significativamente esa brecha de análisis, y se constituirá con todo derecho en un verdadero parteaguas intelectual en nuestro continente y más allá de él. Habrá sin duda traducciones y reediciones, porque se harán necesarias. Este libro contribuirá de modo esencial a profundizar el importante debate actual de la izquierda democrática, latinoamericana y mundial, por encontrar su nueva, su verdadera identidad, en los albores del siglo XXI.

Pero con este libro, no estamos frente a una obra que se limite al análisis político-ideológico, aunque lo incluye. Estamos hablando de una superación conceptual definitiva, en el ámbito de la teoría social y política, de los elementos fundamentales del paradigma que muere, del viejo paradigma, que ya habían sido desbaratados por completo en el ámbito de la física, de la biología y de la psicología. Hablar de socialismo cuántico implica romper, en el campo de la política, con el reduccionismo, el mecanicismo, el empirismo materialista cerrado, la visión fragmentada del mundo, la división absoluta entre mente y materia, que sirven de fundamento causal a los viejos valores éticos, a las viejos principios morales y los viejos conceptos políticos que modelaron la sociedad occidental de los últimos siglos.

No voy a abundar en el camino intelectual seguido por Rolando Araya para hacer plenamente visible la conexión entre la nueva física, y en general, el nuevo paradigma científico, y una sólida y clara visión de la sociedad que anhelamos. Ese análisis, riquísimo y a la vez dotado de la sencillez de las grandes certidumbres, difícilmente admite un resumen. Baste reseñar la utilización por parte de Rolando, de una categoría conceptual de primera importancia en la nueva física, el concepto de orden implicado, desarrollado por uno de sus autores preferidos, David Bohm.

Dice Rolando: “Hay un orden implicado social, basado en los valores, las creencias, los arquetipos, las tradiciones, y es el ámbito donde se gesta la construcción del orden explicado y donde se sitúan las superestructuras ideológicas. Todo cambio verdadero se gesta en el orden implicado.” Por eso, con una frase trascendental que en algún sentido resume el propósito de su libro, el propósito de “fundamentar un socialismo sin base materialista”. Y el autor insiste con un concepto definitivo: “las puertas del cambio solo se abren por dentro”. Es decir, desde la conciencia. Y desde el corazón, como veremos.

Ya de lleno en esa línea de análisis, Rolando, nos recuerda que el “economicismo” es el producto intelectual más auténtico del materialismo y la modernidad, y consiste en situar lo económico en el centro de la cultura. “El ser humano es mucho más complejo que un homo oeconomicus, y la realización de su libertad pasa por trascender la entelequia del materialismo económico”.

Y aquí quisiera detenerme un instante para destacar algunas de las principales implicaciones señaladas por Rolando Araya, en el ámbito de la sostenibilidad ambiental y en el campo de la ética social. Para la nueva visión biocéntrica y ecocéntrica que sustenta el paradigma científico emergente, el análisis de las premisas ideológicas y las realidades históricas del desarrollo de la economía capitalista no dejan duda de que “capitalismo” y “desarrollo sostenible” son términos y realidades intrínsecamente contradictorios. La expansión ilimitada del crecimiento, que constituye el eje medular del sistema económico en el que estamos inmersos, dada en un entorno limitado, en un mundo finito, con recursos limitados, solo puede conducir al desastre social y ecológico.

La lógica esencial del capitalismo, y de su expresión contemporánea, la globalización corporativa neoliberal, persigue un crecimiento económico y productivo ilimitado e infinito, en un medio, en una realidad, en un entorno y en una fuente de recursos –la naturaleza, la tierra, la vida– necesariamente finitos y limitados. Por esa razón, los teóricos del sistema –la mayoría de los economistas académicos, pues hoy el capitalismo es la economía– en lugar de incorporar en sus análisis las variables ecológicas y sociales, las excluyen expresamente.

Y no tienen otra salida ni otra solución, pues la dinámica interna, la lógica inherente al capitalismo, es necesariamente contradictoria con las posibilidades de sostenibilidad –de la sociedad, de la propia economía, de la cultura, y desde luego, del ambiente, de la naturaleza y de sus recursos limitados–.

En el análisis económico de la escuela neoclásica o en su derivación actual, el neoliberalismo globalizante, todos los costos sociales y ambientales son puestos de lado, sin que se perciba o se quiera percibir en lo más mínimo que en materia ambiental no hay “otro lado”, y que en un ecosistema finito no existe “otra parte”, pues todo está interconectado, todo es parte de todo, como además lo ha destacado claramente la nueva física y lo recalca Rolando.

En el proceso de desarrollo del sistema capitalista y en la expansión irrestricta de la economía de mercado, todo se convirtió en mercancía, desde el trabajo humano hasta la tierra, la naturaleza, y la propia vida. Conceptual y materialmente, las personas fueron convertidas en simples “recursos humanos” y la tierra y toda la riqueza de la vida natural, fueron convertidas en “recursos naturales”. Por esa vía, se degradó implacablemente el trabajo humano –en algún sentido lo que define al hombre como hombre–, y se expolió en forma también implacable e incontrolada el medio ambiente natural. Hoy, ese mismo sistema económico, desarrollando sin límites su propia lógica, pretende convertir la biodiversidad, la naturaleza en su infinita riqueza y complejidad, la vida misma, en simples “recursos genéticos”, explotables con la misma saña, con la misma voracidad y con el mismo irrespeto con que por siglos han sido explotados los hombres y su entorno natural.

Leonardo Boff –un gran referente de Rolando– pone de manifiesto la contradicción intrínseca entre el modelo de desarrollo que se ha impuesto en todo el planeta y las posibilidades de sostenibilidad, en una síntesis clarísima: “¿Se puede aplicar la sustentabilidad al tipo de desarrollo/crecimiento moderno, cuya lógica se apoya en el saqueo de la tierra y en la explotación de la fuerza de trabajo? Aquí se configura una contradicción in adiecto en los mismos términos de su formulación. Y esto es válido especialmente en el capitalismo, que se basa en la apropiación privada de la naturaleza y sus recursos; él es particularmente antinatural.”

El sistema económico que hoy pretende dominar la tierra –en el que “el mercado ha sustituido a la democracia y la economía ha suplantado a la política”, dice nuestro autor, a todo lo cual Rolando Araya lo llama con razón la “corporatocracia” –, es sencillamente incompatible por esencia, con las posibilidades de sostenibilidad social y ambiental, si aceptamos la definición abarcadora más coherente del concepto de desarrollo sostenible, aportada –una vez más–, por Leonardo Boff. Cargada de espiritualidad, esa definición, muy comprensiva y abarcante, dice: “Sostenibilidad significa aquí (en la ecología social) la capacidad que un ecosistema posee de incluir a todos, de mantener un equilibrio dinámico que permite la subsistencia de la mayor biodiversidad posible. Más que un proceso lineal, se trata de un proceso complejo, circular, de inter-retro-dependencia, sin explotar o marginar a nadie”.

La realización práctica de ese concepto es absolutamente imposible en el viejo paradigma, y es incompatible en términos también absolutos con la globocolonización neoliberal. Bien lo señaló Marx, desde hace mucho más de cien años: “…la producción capitalista solo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción, socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre.”

El proceso económico en marcha no tiene salida ni futuro, ni el sistema de capitalismo neoliberal globalizado tiene posibilidades históricas de supervivencia social, económica o política, pues implica necesariamente la explotación, la exclusión y el hambre. Como ya se indicó, un modelo de crecimiento económico infinito sencillamente no es posible en un mundo con recursos finitos. Así lo señala David Loy en una obra señera, sobre teoría social budista, El gran despertar: “…para que los otros cinco mil millones de personas vivan del modo que lo hacen los mil millones más ricos se necesitarían los recursos de cuatro planetas más”. Y agrega: “La biosfera, que desde una perspectiva ecológica podría considerarse tanto nuestra madre como nuestro hogar, se mercantilizó, convirtiéndose en una colección de recursos a explotar.

La vida humana se mercantilizó en trabajo, o tiempo de trabajo y precio acordado según la oferta y la demanda…Todos quedaron reducidos a medios que la nueva economía usaba para generar más capital para más desarrollo, para más beneficios, ansiando más capital para más desarrollo, para más beneficios…”
Por su propia e inherente lógica, la obtención del máximo de ganancia a cualquier costo, la maximización de las utilidades, se convierte en el objetivo primordial, y si se quiere único, de la empresa capitalista. La actividad económica empresarial se reduce a la búsqueda de utilidades. Fritjof Capra lo expresa con toda claridad: “El respeto por las personas, por la naturaleza y por la vida no forma parte de la mentalidad empresarial”. Y agrega una consideración especialmente grave, pero por dura no menos cierta: ”…de hecho, los dirigentes empresariales creen que las empresas están exentas de valores y se les debería permitir funcionar fuera del orden moral y ético”.

Eso sería rechazado por el discurso público de los dirigentes empresariales, sin duda, pero esa es la realidad práctica: “negocios son negocios” dice la sabiduría popular.
El mismo David Loy, ya citado, expresa la realidad de la vida empresarial corporativa, de una manera contundente. Después de recordar que las empresas son ficciones legales que se hayan desenraizadas de la tierra y sus criaturas, y que no comparten las responsabilidades que derivan de la efectiva y real pertenencia a la biosfera, concluye: “Lo más importante de todo es que una empresa no puede amar.

El amor implica ser consciente de la interrelación con los otros, y vivir de modo que encarne nuestra preocupación por su bienestar. El amor no es una emoción sino un verdadero compromiso con otros que incluye responsabilidad hacia ellos, una responsabilidad que trasciende nuestros propios intereses individuales. Si ese sentido de responsabilidad no está presente, el amor no es verdadero. Las empresas no pueden expresar ese amor ni vivir según él, no solo porque son inmateriales, sino porque su responsabilidad principal es crear riqueza para los accionistas que son sus propietarios. Un director de empresa que intenta subordinar la rentabilidad de su compañía a su amor por el mundo, perderá su posición, pues no cumple su responsabilidad financiera para con sus accionistas.”

En esa dimensión, y expuestas las cosas con esa claridad, no tenemos más remedio que concluir que -con más frecuencia de lo que desearíamos-, la llamada “responsabilidad social corporativa” termina siendo sin duda más un mero instrumento de relaciones públicas que la manifestación auténtica de una política corporativa “con corazón”, como la que reclama Rolando Araya no solo para la política empresarial, sino para la política general, para la política a secas.

Una manifestación adicional de ese enfoque antiético lo proporciona la tesis neoliberal de la competencia como elemento esencial de la vida social. Se habla de competitividad sistémica como estrategia central del desarrollo, reelaborando un darwinismo social mal entendido y equivocado, que postula una lucha por la sobreviviencia reducida a la competencia salvaje, y a la victoria a costa de la destrucción y la muerte del Otro. Ya la nueva biología, la biología del nuevo paradigma, nos ha demostrado cómo lo esencial, lo dominante, lo generalizado en la naturaleza no es la competencia, sino la cooperación. Basta leer a Brian Goodwin en un libro ya clásico, Las manchas del leopardo. En la naturaleza, las manifestaciones de competencia son como sardinas que de vez en cuando emergen aisladas en un verdadero océano de cooperación, simbiosis, complementariedad y ayuda mutua. La competencia no es un fenómeno natural biológico, sino un producto sociocultural humano, artificial, y sin raíces biológicas válidas.

Porque debemos comprender que detrás de toda la cantinela sobre el libre comercio, la sociedad del conocimiento, la competitividad y demás íconos de la ideología dominante, no hay más que el desnudo poder de las corporaciones, cuya acción resulta en última instancia también incompatible con la democracia y sobre todo con la ética, en la que tanto insiste Rolando Araya.

Recordemos que los desequilibrios derivados de la inevitable globalización, la acumulación desenfrenada y creciente de riquezas en un grupo cada vez más reducido de personas, de empresas y de regiones del mundo, y el empobrecimiento que se generaliza como un imparable derrame de petróleo por continentes enteros, con su secuela evitable de hambre, enfermedad, dolor y muerte, hizo exclamar hace tres décadas al distinguido economista británico Fritz Schumacher, una frase que retumba en la conciencia del siglo XXI: “no existe un problema económico… lo que existe es un problema moral”.

Y Rolando Araya lo reitera con todo énfasis: “En realidad –dice– el hambre es un problema político, fruto de la organización económica del mundo, y no un problema técnico. Es, en realidad, una cuestión moral. Hay alimentos de sobra para alimentar a todo el mundo.”

Y en la misma línea, Hazel Henderson, la economista norteamericana, citada por Rolando, que ha defendido con tanto éxito el uso de fuentes alternativas de energía, pudo exclamar que “la economía no es una ciencia, es simplemente política disfrazada”, pues los economistas contemporáneos, aunque no quieran admitirlo, aceptan implícita o explícitamente el distorsionado sistema de valores, la opacidad moral, y la ideología dominante en nuestra cultura.

Por eso estamos lejos de que el desarrollo en lugar de ser concebido –en palabras del físico nuclear Fritjof Capra–, como la consecución del máximo de producción y consumo, para que empiece a ser considerado como la consecución del máximo de bienestar humano, tal y como nos lo recuerda Rolando Araya, quien insiste con sobrada razón en las dimensiones y alcances del problema ético, cuando dice: “La cuestión ética se hace primordial debido a la destrucción ambiental, la exclusión social, la pobreza en el mundo, la violencia, la aparición de nuevas enfermedades físicas y mentales, lo cual deja al descubierto las contradicciones de un sistema convertido en una amenaza para el tejido social y político”.

Rolando Araya insiste en el valor de la democracia, esa democracia que postula, en palabras de Simon Peres, no solo el derecho de todos los hombres a ser iguales, sino también el derecho de todos los hombres a ser diferentes. Rolando declara de modo terminante: el camino del socialismo cuántico es el camino de la democracia radical. Sí, radical, porque no hay demócratas a medias, como no hay compromiso ético a medias, como no hay hombres medio honrados.

Frente a la ausencia de ética en el sistema económico vigente, Rolando postula un sólido sustento ético para el socialismo cuántico, surgido de la poderosa mente, y sobre todo, del poderoso corazón del Mahatma Gandhi: Satyagraha, la fuerza y el poder de la verdad y del espíritu, como “principio básico de la acción transformadora del socialismo cuántico”, como “punto de encuentro entre la transformación personal y la reforma política”.

Porque para Rolando Araya, con toda razón, el socialismo no es ni más ni menos que “la máxima distribución posible de todo poder –económico, político e informativo”, y agrega que “el camino del socialismo cuántico es la vía no materialista hacia un orden social superior”… “La participación es la savia de la democracia radical, y la democracia radical es la base del nuevo socialismo. La radicalización de la democracia es la cuna de un orden social superior”. “Un orden social más elevado no será el producto de revoluciones, ni de la evolución de las fuerzas productivas, será la consecuencia de un ascenso de la mente y la conciencia humana”.

Y concluye: “El camino del socialismo cuántico es el producto de multiplicar la democracia radical por el amor al ser humano y su entorno natural”, al cuadrado. Porque para Rolando el socialismo cuántico es algo nacido en el corazón, no en la mente, es un nivel de conciencia, y no simplemente un programa político. Es un camino de auténtico y desinteresado amor a los demás.

Y con esto, Rolando encuentra y expresa otra de sus raíces espirituales: la que nos ha legado la figura entrañable de don Juan Matus, el maestro yaqui de Carlos Castaneda. Desde el primero de sus libros, Las enseñanzas de don Juan, el viejo maestro nos advirtió: “Cualquier cosa es un camino entre un millón de caminos. Cualquier cosa es un camino entre cantidades de caminos. Por eso un guerrero debe tener presente que un camino es solo un camino. Si sientes que no deberías seguirlo no debes seguir en él bajo ninguna condición.

Para tener esa claridad, debes tener una vida disciplinada. Solo entonces sabrás que un camino es nada más un camino, y no hay afrenta ni para ti ni para los otros, en dejarlo si eso es lo que tu corazón te dice. Pero tu decisión de seguir en el camino o de dejarlo, debe estar libre de miedo y de ambición. Te prevengo, mira cada camino de cerca y con intención. Pruébalo tantas veces como sea necesario. Luego hazte a ti mismo, y a ti solo, una pregunta… Te diré cuál es: ¿tiene corazón ese camino? Todos los caminos son lo mismo, no llevan a ninguna parte…

Puedo decir que en mi propia vida he recorrido caminos largos, largos, pero no estoy en ninguna parte, y ahora tiene sentido la pregunta: ¿tiene corazón ese camino? Si tiene, el camino es bueno, si no, de nada sirve. Ningún camino lleva a ninguna parte, pero uno tiene corazón y el otro no. Uno hace gozoso el viaje: mientras lo sigas, eres uno con él. El otro te hará maldecir la vida. Uno te hace fuerte, el otro te debilita”.

El camino que abre Rolando Araya, el camino del socialismo cuántico, aquí y ahora, en esta encrucijada precisa de nuestra historia latinoamericana, es sin duda alguna un camino que nos hace fuertes. El camino del socialismo cuántico es un buen camino, es un camino que, al recorrerlo, hace gozoso el viaje y nos hace uno con él. El camino del socialismo cuántico es, sin duda alguna, un camino que tiene corazón

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